I.
No es el polvo, con el tiempo, el que se posa sobre
las cosas.
Son las cosas más bien las que vienen a esconderse
bajo el polvo.
Se esconden bajo él como niños bajo las sábanas.
Y el miedo las petrifica y las condena a la
desaparición.
II.
Desaparecerán las cosas.
Ni siquiera con el tiempo, pues este se extravía, cuando
vaga entre ellas.
Desaparecerán en cambio, bajo el polvo, y nadie
llorará su ausencia.
Y será como si un hombre fuese hasta su tumba, y sin
más se durmiese en ella.
III.
Se desvanecen las cosas como hombres que se rinden.
Se dejan caer desde el centro de sí mismas.
Y es que nada hay en ellas que pueda sostenerlas.
Y el corazón de las cosas deja entonces de latir
porque nunca supo para qué.
IV.
Nadie cree en el corazón de las cosas.
Solo el polvo que se acerca a escuchar su latido.
Y duerme sobre él como si cargase un hijo muerto.
Y el mundo se contrae, principalmente por
vergüenza.
V.
Es así entonces como las cosas se esconden bajo el
polvo.
Y nos ignoran totalmente, llegando a desaparecer.
Se desvanecen pensando que descansan, cuando mueren.
Y el corazón del mundo se contrae, quién sabe para
qué.
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