Florencia no se olvida del cereal.
Está en un dispensador, sobre la mesa de la cocina.
La leche en el microondas para que la entibie.
El platillo para juntar ambos está también sobre la
mesa, y debe quedar limpio.
Se lo han dicho decenas de veces, desde hace años.
Y ella hace caso, aunque sus padres ya no están en
casa cuando ella desayuna.
No le gusta el cereal.
Tampoco le gusta la leche tibia.
Mientras desayuna piensa en eso.
Piensa en que hace lo que no le gusta.
También piensa que no le costaría nada arrojar la
leche por el lavaplatos.
Ni tampoco sería difícil botar el cereal.
Tal vez este último pudiera meterlo en una bolsa y
arrojarlo fuera de casa, para mayor seguridad.
Mientras piensa en esto se lleva una cucharada de
cereal a la boca.
Es extraño, piensa Florencia, mientras se da cuenta
que está comiendo aquello que piensa botar.
Es extraño, que podamos dividirnos de esta forma.
Entonces se pone de pie para lavar su plato.
También la taza en que estaba la leche y la cuchara
que ocupó.
Mientras lo hace siente que está al fondo de sí
misma, asqueada de leche y cereal.
No es dividirnos, piensa entonces.
Es llevarnos dentro y no escucharnos.
A mamá no le gusta el trabajo.
A papá no le agrada llegar a casa.
Eso piensa Florencia.
Ya ni sabe si quiere vomitar o llorar un poquito,
antes de irse a la escuela.
Finalmente no se decide por ninguna de las dos.
Simplemente se lava los dientes y toma su mochila.
Frente a la puerta de salida se detiene, sin
embargo.
Algo en su interior, la detiene.
Algo puro, en su interior, la detiene.
Hace falta( quiza hay demasiado) o ambas, no lo se
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