Siempre he pensado que la locura de don Quijote
sería peor de no haber existido molinos. Por eso –si es que fue él quien
comenzó con esa historia-, le agradezco a Sancho el haberla inventado. Y es que
los molinos permiten fijar la locura del Quijote y hacerla inteligible. Me
refiero a que son necesarios para entender la locura como la transformación de
una realidad y no como la creación absoluta de otra. Mejor gigantes por molinos
en vez de gigantes en medio del vacío, digamos. Ventas, ovejas, presos, todo
aquello me resulta tranquilizador, después de todo. Materia útil a la locura,
si se quiere. Fundamentos.
Por otro
lado, también está la cuestión de los gigantes. Me refiero a que tal como
habría inventado los molinos, bien podría Sancho haber inventado los gigantes. Para
su propia comprensión incluso, en primera instancia. Y es que supongo que es mejor
mirar la cara reiterada del mundo que el rostro vacío de la locura. Amarrar el
puente por el que transita el Quijote, entonces, desde los dos extremos. Aunque
a este personaje, por cierto, no le interese acercarse a ninguno de ambos lados.
La fabulación de Sancho, en definitiva, tendiendo la ropa de la locura en los
cordeles de su propia cordura. Siempre por temor, por supuesto. Aunque en este
caso al menos, se trate de temores plenamente fundados.
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