Desde que en verano llenaron la piscina, S. comenzó
a practicar para mejorar el tiempo que podía permanecer bajo el agua. Nunca
nadó muy bien, pero para esto le sirve simplemente hincarse y tratar de sumergirse
por completo, mientras coloca en su celular un cronómetro con el que calcula
sus avances o retrocesos, referidos al tiempo que puede estar sin respirar bajo
el agua. De esta forma, en los dos meses que lleva practicando, S. ya ha
logrado avanzar desde los treinta segundos hasta los dos minutos cincuenta, que
es su récord actual. Todo comenzó tras ver una película australiana en la que
unos jóvenes competían entre ellos por permanecer bajo el agua, sumergiéndose
en un lago en el que comenzaron a ver –o a imaginar que veían-, un extraño ser
que aparecía cuando ya no podían más y que les hablaba en un idioma extraño,
que al parecer era un idioma verdadero, que no podía comprenderse salvo en
situaciones apremiantes, como cuando se ponía en riesgo la propia vida, al
permanecer tanto tiempo bajo el agua. De esta forma, S. había buscado desde
entonces que alguien le revelase ese lenguaje secreto, y pudiese al menos
reconocer esa verdad indudable y pura, que vendrían de un momento a otro, a
transmitirle. Lamentablemente, en estos dos meses ni siquiera una vez S. había
logrado reconocer algún mensaje, situación que no dejaba de preocuparle pues
comenzó a pensar que tal vez él tuviese un problema que no lo hiciera apto para
percibir una verdad, independientemente del tiempo que pudiese llegar a permanecer
bajo el agua. En lo personal, me enteré de su propósito tras escuchar una
conversación que S. tuvo con otro chico, durante un viaje en colectivo, y no le
di mayor importancia hasta que vi la ambulancia llegar por segunda vez a casa
de S. y supe la razón de la emergencia. Esa vez, me sentí obligado a contarle a
la madre de S. sobre lo que había escuchado y esta se lo refirió a los médicos
de S. que decidieron internarlo algunos días, hasta convencerlo que aquello que
intentaba buscar, bajo el agua, era derechamente una insensatez que no había de
acercarlo a ninguna verdad salvo a la muerte, que bien podía ser una verdad
concreta, aunque todavía incomprensible. En lo personal, no sé si S. habrá
aceptado esta apreciación, pero al menos volvió pronto de aquel lugar y se le
ve caminar por entre nosotros como uno más, sin buscar nada en particular. Con
todo, a veces me parece verlo aguantar la respiración, mientras da algunos
pasos, pero es algo que no podría asegurar, y bien podría tratarse de una
impresión errada, razón por la que he decidido guardar silencio sobre ello, hasta que pueda
de alguna forma asegurarlo. He de esperar, por cierto, que no lleguen de pronto
malas noticias sobre esto y todo se mantenga como hasta ahora, sin mayores
sobresaltos. Después de todo, esa es la única verdad pura, que tal vez
necesitamos.
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