Llegó a la escuela con un pulpo en una botella.
El pulpo estaba vivo, por cierto.
Entonces se reunió con sus amigos e intentaron que
el pulpo se pasara a otros recipientes.
Era un pulpo pequeño, de un tono rojizo, con
manchas.
De vez en cuando le echaban agua, para que
sobreviviera.
Pasó por varias botellas y finalmente lo guardaron
en un termo, que era un poco más grande.
Lo dejaron a medio cerrar y entraron a clases.
Solo se descuidaron unos minutos, pero cuando
miraron vieron que el pulpo ya no estaba.
Se hicieron señas y comenzaron a buscar por la
sala.
No le dijeron al profesor de qué se trataba, pero
él comprendió que se trataba de algo vivo.
Una mascota pequeña, pensó, tal vez un hámster... y
los dejó buscarlo.
No había muchos sitios para esconderse y además sin
agua no pensaron que podía ir lejos.
Por momentos se sentían algo tontos, buscando, pues
no creían que un pulpo pudiese desplazarse de esa forma.
De hecho, varios pensaron que el que había llevado
el pulpo los estaba engañando, y lo había escondido en otro sitio.
Antes que llegara el recreo ya se habían cansado de
buscar.
Había un estante al lado del profesor, pero para
llegar a él, el pulpo habría tenido que pasar por el medio de la sala, a la
vista de todos.
Por lo mismo, desecharon esta opción y pasaron a
otra cosa.
Tal vez cada uno pensó que algún otro lo tenía escondido.
No lo sé.
Simplemente pasaron de una clase a otra clase hasta
que terminó el día.
Cada clase como una botella en la que ellos
entraban y luego cambiaban a otra, sin más.
No volvieron a hablar del pulpo.
Un día ellos también desaparecerían, pero preferían
no pensar en ello.
Es más fácil, supongo, de esa forma.
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