I.
Lo dijo en voz baja, pero lo escuchamos igual. Él
no se dio cuenta. Debe haber creído que lo dijo para sí, o que lo pensó incluso,
sin producir sonido. Nosotros, en tanto, nos miramos sorprendidos y
comprendimos de inmediato. Podría decirse que en ese mismo instante dejamos de
creer y lo bajamos del pedestal, acordándolo en silencio. Él no se percató, por
supuesto, de todo esto. Dejó de ser quien era de un momento a otro, y ni
siquiera lo supo.
II.
Postergamos hablar de lo sucedido durante mucho
tiempo. No con él, aclaro, sino entre quienes lo habíamos oído. Y es que supongo
que aquello nos cambió, en el fondo, y no queríamos hablarlo. Eso es lo que
ocurrió, pienso ahora, más tranquilo. Dejamos de creer, cambiamos y nos
vaciamos por algo que simplemente había resbalado, desde su pensamiento. Cuando
lo hablamos llegamos a una conclusión así, aunque tratamos de presentar todo
aquello de la mejor forma posible. Intentamos engañarnos, para no compadecernos
y no compadecerlo. Nadie es dios para sí mismo.
III.
Hace años miré unas fotos que eran de ese tiemplo.
El recuerdo de un reflejo, digamos. Entre ellas estaba la foto de la noche en
que él habló, sin darse cuenta. Una frase cuya vibración permanece como un eco
y que ya en esa imagen mostraba haber provocado daños. Luego de eso,
simplemente, lo abandonamos de a poco, y abandonamos también aquello que
habíamos sido. Dejamos todo atrás como una moda, pero obviamente fue mucho más
que eso. Cuando me peguntan por él, hoy en día, trato de cambiar el tema. Y
niego haberlo conocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario