Como llueve salgo un rato al patio.
Camino bajo el agua, un poquito, mientras tomo un
té.
A veces algunas gotas caen en la taza, pero no
alcanzan a enfriarlo.
Doy unos pasos y entonces un pájaro levanta el
vuelo, no entiendo desde dónde.
Me choca incluso, levemente, al comenzar a volar.
Es un pájaro azul, pequeño, como nunca antes he
visto.
Las alas son de un azul brillante, el cuerpo de un
celeste más claro y el pecho blanco, todo manchado por el agua, que lo
ha debido mojar.
Se posa sobre un árbol, junto a mí, y trina muy
fuerte.
No parece asustado, ahora que está arriba, parado en una rama.
Extrañamente quieto, permanece ahí, bajo la lluvia.
Llamo entonces a mi hijo para que lo venga a ver,
pero se demora en llegar.
En ese rato, el pájaro vuela hasta las ramas del
árbol de un vecino.
Sigue trinando mientras mira en esta dirección,
pero ya me da pena que este así, bajo el agua.
No se ve tan azul, de esta forma, con las alas
pegadas al cuerpo.
Mi hijo lo observa un rato, conmigo, bajo la
lluvia.
Es un pájaro azul, me dice.
Te está mirando a ti.
Luego, tranquilo, regresa a la casa.
Yo me quedo ahí, entonces, un poco torpe, mirando
al pájaro azul que no se va.
Intento sacarle unas fotos, pero de cierta forma siento que es algo equivocado.
El pájaro sigue así, mientras tanto, sin moverse en
lo más mínimo.
Tal vez si me alejo el pájaro se vaya, pienso entonces.
Tras esto, voy hacia la casa, para que él se vaya también a proteger.
Lo escucho trinar cuando entro y le doy unos minutos
para que se vaya.
Finalmente, vuelvo a salir, y compruebo que el pájaro
no está.
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