Cayó dos veces en el segundo round y una vez en el
quinto. No sé cómo se repuso, pero lo cierto es que derribó al oponente en el séptimo
y lo noqueó definitivamente en el octavo. Cuando lo entrevistaron se veía
agotado, pero no mostraba haber recibido tanto daño. Apenas tenía un pómulo
inflamado y un pequeño corte en la ceja. Su oponente, que había parecido
dominar hasta el final, se veía sorpresivamente mucho más tocado, a fin
de cuentas.
Aquella pelea, por cierto, no era el evento
principal esa noche, pero finalmente fue la que más se comentó. A mí me
pidieron, de hecho, hacer una pequeña crónica sobre mis supuestas impresiones observando
la pelea. Salió en una columna chiquita de un diario, que supongo nadie leyó.
Como me sentí culpable por haber mentido, fui a la
pelea siguiente de este boxeador. Viajé hasta Osorno y fui unos de los
doscientos o trescientos espectadores que vio cómo volvía a ocurrir algo
similar. Esa vez cayó una vez en el tercer asalto, dos veces en el sexto y ganó
sorpresivamente por nocaut en el noveno. Fue un encuentro menor, solo un fotógrafo
se acercó y nadie habló con él, de ningún medio. Yo acordé encontrarme con él
por mi cuenta, al otro día, en un restaurant.
Comimos asado de cordero con papas cocidas. Bebimos
vino. A la cuarta o quinta el confesó que lo hacía de gusto. Dejarse caer,
crear expectativas en el contrincante... Darles una oportunidad, creo
que me dijo. Un impulso anímico. Me explicó que luego de caer se
descolocan, algunos incluso desconfían de su propia fuerza. La creen menor y de
pronto se sorprenden porque fue suficiente. Y claro, justo cuando comienzan a
creer en aquello que en realidad no tienen, este boxeador los sorprendía y se
lanzaba con todo. A veces resulta y a veces no, me dijo al final, cuando nos
despedíamos.
Luego de esto volví a Santiago y me olvidé del
asunto. Con el tiempo, me enteré que ganó un par de peleas más y luego perdió
rotundamente con un campeón que venía de Iquique. Fue noqueado en el quinto
round y no volvió a boxear más, que yo sepa. Siempre pensé en escribir un
relato con su historia, buscando que significara un poco más, pero al final ni su
historia ni mi talento dieron para tanto. Todo quedó, digamos, en buenas
intenciones.
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