I.
-Como tu abuelo era daltónico -me dijo-, tu abuela eligió
plantar en el jardín exclusivamente flores blancas.
-¿Y para qué lo hizo? -pregunté yo.
-Para que él pudiera verlas -me respondió, como si
se tratase de algo obvio.
II.
Lo anterior me lo contó mientras mirábamos el
jardín, todavía lleno de flores blancas.
-¿Sabes…? El abuelo hubiera visto las flores, aunque
fuesen de otro de color -dije entonces.
-Ya te dije que era daltónico…
-Por eso digo, varía el color, pero las flores, al
menos, las habría visto igual.
-No -insistió-. No estaría viendo la flor como es…
-”La flor como es…” ¿a qué te refieres? -pregunté.
Pasó entonces un momento, pero no recibí respuesta
alguna.
III.
-¿Crees que cambie las flores ahora que el abuelo
murió? -me preguntó.
-¿Hablas de la abuela? -pregunté a su vez.
-Sí -contestó.
Yo lo pensé un rato, para responder, pero entonces
recordé que, poco antes, tampoco me habían respondido.
-¿Por qué no le preguntas a la abuela? -le dije.
IV
Poco después supe que había seguido mi consejo.
Al parecer, le preguntó directamente a la abuela por
el asunto de las flores.
-Nunca miramos las flores -habría dicho la abuela,
simplemente-. Nunca las miramos juntos.
Parecía una frase cursi, es cierto, pero mi abuela
no lo era.
Su voz era firme, como siempre, sin temblor alguno.
Igual que las flores blancas que siguen ahí,
aguantando no sé cómo.
Incluso hoy. Bajo la lluvia.
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