Se acercó de pronto y me dijo que no mirara. Que
abriera una mano y la cerrara en cuanto me dejara algo en ella. Eso hice. La
abrí y esperé hasta que ella dejó algo que yo atrapé de inmediato.
-Sostenlo, pero no lo aprietes tanto -me dijo.
Yo hice caso.
Intenté entonces adivinar qué era, tanteando un
poco, pero ella me advirtió que no moviera la mano.
-¿No sabes qué es? -me preguntó.
-No -contesté-. No sé.
-Pero, ¿qué crees que es? -insistió ella-. ¿Qué piensas
que está dentro de tu mano?
Yo estaba nervioso. No sabía qué contestar.
Nervioso por ella, digamos. Porque estaba cerca y sentía su aroma. Ni siquiera
pensaba en lo que tenía en mi mano.
-¿No sientes qué es? -volvió a preguntar.
Yo quería decir algo, pero no sabía qué. Me sentía
profundamente torpe.
-No vas a tener nada si no dices nada… -me dijo.
-Es que no entiendo… -atiné a decir.
Ella se rio entonces, y dijo que no importaba.
Que solo se trataba de un experimento.
-¿Entonces te devuelvo lo que me pasaste? -le
pregunté, extendiendo la mano, todavía empuñada.
-No importa -me contestó, mientras se alejaba.
Me quedé entonces ahí, avergonzado, con una de mis
manos extendida y apretando algo que era incapaz de reconocer.
Es la soledad de Carson McCullers, dije, luego
de un rato.
Lo pronuncié en voz alta, como si se lo estuviera
diciendo a alguien.
Recién entonces abrí la mano y mostré lo que había.
Lo mostré tranquilamente, por cierto, pero no sé a quién.
No hay comentarios:
Publicar un comentario