I.
El auto que se estrelló contra el poste quedó con
la bocina sonando. Lo más fuerte fue el sonido del impacto, por supuesto, pero ya
antes nos despertó el chillido que produce el frenar tardíamente, pudiendo de
esta forma reconstruir, más o menos, lo que había sucedido. Recién entonces, luego
de calcular mentalmente la distancia y la gravedad de los hechos, nos
percatamos del sonido de la bocina, que seguía constante, y que comenzó a
inquietarnos, poco a poco, esa madrugada.
II.
Supongo que el sueño, el impacto y el sonido
constante de la bocina distorsionaron el tiempo. Un ruido como una luz que
obliga a despertar anunciando el inicio de un día oscuro, previo al amanecer
para el que todavía faltaban un par de horas. La bocina esa que no dejaba
seguir durmiendo y de la que todos hablaban, más incluso que del choque, y que
se convertía poco a poco en la verdadera tragedia. Un cuchillo que no solo
había cortado la noche, sino que seguía hundiéndose en el cansancio de todos, injustamente,
antes del amanecer.
III.
Luego las sirenas de policías y bomberos. Vecinos
que se rindieron a la evidencia y que comenzaron a asomarse a las ventanas.
Supongo que alguno hasta abrió una puerta y se aventuró a mirar directamente,
acercándose unos pasos. Mientras esto ocurría, por supuesto, la bocina seguía
sonando. Entonces escuchamos sierras. Los aullidos de los perros. Y hasta una
ambulancia que al parecer no tenía ya urgencia alguna. Así terminó la noche. O
así comenzó el día, más bien. Entre ruidos extraños.
Cuando dejó de sonar la bocina yo ya estaba tomando
un café y el sol se asomaba, indiferente, tras las montañas.
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