Hace seis años que va solo. Compra flores antes de
entrar y luego camina hasta la tumba. Mientras lo hace, va pensando en una
serie de cosas que no tienen relación alguna. Supongo que lo hace sin darse
cuenta, como una forma de evasión. Los primeros años lo acompañó su hija y hasta
hubo ocasiones en que fueron sus dos nietas. Hoy ya tiene cuatro, pero a las
dos más pequeñas prácticamente ni siquiera las conoce. Eso es lo que ocurre.
La última vez, en el cementerio, le ocurrió algo
extraño. Y es que mientras iba hacia la tumba se sintió perdido. Se trataba de
un recorrido que había hecho más de cien veces, pero en esta oportunidad parecía
desconocer cada uno de los caminos. Se acercó entonces a uno de los guardias y
le explicó que buscaba una tumba. Dio el nombre y el guardia buscó en un computador,
desde una pequeña oficina a la que lo llevó, para que descansara. Luego de un
rato el guardia le dijo que el nombre no figuraba. No hay nadie enterrado bajo
ese nombre, le dijo. Se alegro el hombre con esta información, aunque
todavía estaba confundido. Ella no ha muerto, pensó. Todo ha sido un
mal sueño.
Lo recostaron luego en una camilla, y lo subieron a
un vehículo que lo llevó hasta un lugar donde le hicieron muchas preguntas. Él
se dejó hacer pues pensó que lo llevarían con ella, otra vez. Se portó bien,
tal como le dijeron. No fue ella a verlo, pero fue su hija una o dos veces y él
le contó lo sucedido. Ella iría prontamente, él estaba seguro. Por eso siempre
sonreía. Le habían dicho que esperara tranquilo, que ese era todo el secreto. Él
les creía, por supuesto. Hasta el último día, de hecho, él les creyó. Luego
sucedió lo que tenía que ocurrir y bueno… después quién sabe. Acá, al menos, no
tuvo más historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario