I.
Pasó seis semanas pintando el retrato de su madre.
Ella posó los primeros días, pero después se cansó
y le dejó en reemplazo un par de fotos.
En una foto sonreía y en la otra no.
En el retrato, en tanto, la figura apenas parecía
su madre.
De hecho, un amigo que vio su trabajo pensó que
había pintado a su padre.
Yo, que también lo vi, ni siquiera comprendí que se
trataba de un retrato.
Él, sin embargo, pensó que bromeábamos y le echó la
culpa a las fotos, que no tenían un encuadre profesional.
Puede que no esté perfecto, nos dijo, pero
nada lo está.
Luego, mandó envolver el cuadro, pues quería regalárselo
a su madre, para el cumpleaños.
II.
Llegó así el cumpleaños de su madre y ella abrió el
regalo.
No lograba ver bien qué era lo que había en el
cuadro, pero no comprendió que era su propio retrato hasta que su hijo se
mostró ofendido y se llevó, sin más, la pintura.
Él nos contó esta situación alegando que su madre
tenía un nivel bajo de educación, y que era normal que no pudiese apreciar el
arte pues no estaba preparada para ello.
-Debí haberle regalado unas cremas y ya está -nos
dijo.
Pensé por un momento defender a su madre, pero
finalmente desistí de hacerlo.
Tal vez ocurre que él la ve así, simplemente,
me dije.
No puedo culparlo de lo que ven sus ojos.
Desconozco, por cierto, qué habrá ocurrido con el
cuadro y con la madre de este tipo.
Tampoco pienso averiguarlo.
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