I.
-De aquí en adelante es el fin -me dijo-. Pero no
es tan malo como parece.
Yo no había estimado que pareciese malo, pero
asentí igualmente.
Mientras lo hacía, pensaba cómo podía hablarme de un
“adelante”, si el ahora era el fin.
-Debes estar listo de aquí en más -siguió
diciendo-. No prepararte, sino estar listo, pues el fin no está cerca, como dicen
algunos… el fin ya ha comenzado.
-Entonces, ¿esto es el fin? -pregunté.
-De aquí en adelante lo es -me contestó-. Te lo
dije en un inicio.
II.
A pesar que repitió muchas veces sus palabras, no
me habían quedado claro los tiempos asociados al fin.
Me refiero al tiempo que nos quedaba si el fin ya
había comenzado, tal como él decía.
-El tiempo no es amigo del fin -me dijo luego que
le reclamase una fecha-. El fin es el fin, nada más.
-Pero debe haber al menos algún tiempo límite -insistí-,
hasta donde exista ese fin…
-¿Un fin del fin, es lo que preguntas? -me
preguntó.
-Sí… más o menos eso… -acepté.
-¿Y qué habría después? -me dijo.
III.
La conversación me cansaba y no parecía ir a ningún
sitio, así que opté por el silencio, simplemente, durante el resto del viaje.
Por suerte, a él también pareció agradarle, así que
todo fue más ameno hasta que llegamos a aquel lugar.
Él entonces se fue deprisa, pues debía prepararse
para hablar frente a los pocos que habían ido a escucharlo.
Yo, por mi parte, comencé a escribir unas palabras
para acompañar las fotografías del encuentro.
Ambos mentíamos, supongo, aunque cada uno a su
manera.
Y es que ese era el fin, sin duda, de todo aquello.
Lo no nacido, en tanto, estaba a salvo. Y no podía terminar.
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