I.
Hablábamos de algo que ya no recuerdo.
Estábamos con un grupo de personas que habíamos conocido
hace poco.
Llevábamos un par de años juntos, por ese entonces,
Yo me sentía enamorado y ella hablaba con esas
personas cuando de pronto la oí decir:
-Sí, lo hago de vez en cuando, como todo el mundo.
La conversación siguió, por supuesto.
A mí en tanto la frase se me clavó con un puñal.
Estúpidamente, tal vez, porque no tenía filo
alguno.
Pero así era yo en aquel tiempo.
No quiero ni intentar describirme, pues aquello me
avergüenza.
II.
Lo que yo creía que me hería, de sus palabras, era ante
todo cierta banalidad, que ponía en duda lo especial que yo creía amar en ella.
Así, mientras la observaba, sus últimas palabras se
repetían una y otra vez enterrando un filo que en realidad no tenían: como
todo el mundo.
Fue como un click que me llevó a mirarla de otra
forma, a dejar de lado el enamoramiento que sentía y decirme una y otra vez: ella
no es distinta, ella es como todo el mundo.
De paso, por cierto, cierto amor propio (excesivo,
claro está), pasaba también a ponerse en duda.
Y es que era imposible no pensar que uno mismo era,
aunque doliese reconocerlo en esa época, como todo el mundo.
Me costó reconocerlo, en ese tiempo. Después de
todo, casi todas mis acciones y decisiones las había tomado convencido que yo
mismo era distinto, aferrado a una idea de pureza, de bondad y hasta de
sacrificio, que yo creía puras y contrarias “al mundo”, y que deben haber hecho
que todo aquello que veía, se mostrase deformado.
Un par de semanas después terminamos nuestra
relación. Supongo que se volvió opaca, simplemente, como justamente le puede
ocurrir a muchos. Meses después me enteré que ella estaba en una relación justamente
con la persona a quien le había dicho esas palabras. También se separaron, con
el tiempo, por supuesto.
Le ocurre a todo el mundo, supongo, así que no daré
detalles.
Si hasta el sol se va a apagar, según dicen, tarde
o temprano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario