Apretado, al interior del metro, leo El
caminante, de Jiro Taniguchi. Una novela gráfica que compré pensando que
adaptaba una excelente novela de Natsume Soseki, que había leído no hace mucho.
Mientras leo, sin embargo, me doy cuenta
que es algo distinto. Una pausada historia de un hombre que camina por distintos
espacios, luego del trabajo, sin dejar de sorprenderse por el mundo que lo
rodea. Me detengo así, junto con el personaje, a mirar largo rato los detalles
de un árbol, por ejemplo, al que el hombre se sube para rescatar el juguete de
unos niños, o para acompañar al hombre mientras sigue a otro, con el que finalmente
llegan a caminar juntos. Lo veo también asombrarse con la nieve, mojarse bajo
la lluvia o comprando unos pequeños pasteles que luego comparte con su esposa.
También observo cómo llegan, él y ella ahora, a adoptar un perro y los acompaño
en un viaje a la costa para devolver una concha que extrañamente encuentran en
su patio, y dejarla en el mar. Por último, un breve epílogo que ocurre diez años
después, me muestra al personaje de regreso del trabajo perdiéndose un poco y remontando
un pequeño río, para saber de donde proviene. Así, luego de avanzar un poco se
encuentra con un hombre, con una caña, en un sector un poco más alto del
riachuelo en el que todavía el agua no es abundante. Es entonces cuando el
caminante le pregunta al otro por la pesca, y el hombre con la caña se muestra feliz
simplemente con estar ahí, con la caña casi como una excusa, diciendo que ojalá
no pesque nada pues no lo necesita, y que todo así está bien, mientras
contempla el paisaje. Termino yo, en tanto, la lectura, apretado aún, en el
metro, que ha parado varias veces por algunos disturbios. Trato de observar
hacia algún lado buscando la belleza que el personaje de Taniguchi parece
encontrar en sus situaciones cotidianas. Pero no tengo mucho éxito. También
pienso hacia dónde, y en qué tiempo, podría uno mismo caminar, como aquel
personaje. No digo que sea imposible, pero claramente tenemos otras
dificultades. Mientras escribo esto, al final del día, siento sin embargo que
hacerlo es un poco como arrojar esa caña en la hoja en blanco. Tampoco quiero
atrapar a nadie. Estoy cansado. Se está bien así.
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