Me parece que
ya hemos hablado de esto, me dijo. Yo no le respondí porque supongo era
cierto. Y es que tras treinta años juntos, era poco realmente de lo que no
habíamos hablado. Siendo sincero, sin embargo, aclaro que ella hacía referencia
a un reclamo por alguno de mis comportamientos que, según decía, le resultaban
insoportables.
-¿Insoportables desde hace cuánto? –preguntaba yo,
entonces-, ¿veinte años más o menos?
Ella solía molestarse más si yo intentaba atacar
sus palabras y no aquello que concretamente me reclamaba. Yo si podía intentaba
evitarlo, pero era algo en lo que caíamos siempre que comenzábamos a discutir.
-No sabes cómo defenderte –seguía ella-, prefieres
buscar imprecisiones en el lenguaje en vez de hablar realmente de lo que me
molesta…
Luego de esto ella volvía a enumerar lo que le molestaba de mí y yo escuchaba por un
rato, hasta que yo volvía a atacar la imprecisión en su forma de expresarse o simplemente
fingía indiferencia y le decía que tomara una decisión si todo esto le era tan
difícil.
Siempre era así, pero esta vez fue la que dijo esa
frase, en medio de todo.
-Me parece que ya hemos hablado de esto –fue lo que
ella dijo.
Lo extraño fue que, tras decirlo, esta vez se quedó
pensando, aparentemente, en lo que había dicho. Y guardó silencio.
No volvimos a discutir desde entonces y, de forma
civilizada, ella me comunicó a las dos semanas que quería separarse definitivamente,
de mí.
Estuve a punto de cuestionarle el uso del adverbio,
pero me di cuenta que todo estaba en orden.
Ahora debo tomar una decisión.
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