I.
Cerca de mi trabajo hay un restaurant de comida
china.
A veces he comido ahí, y observo.
Sobre un cojín, casi al lado de la entrada, siempre
reposa un gato.
Nadie se le acerca, pues se encuentra algo escondido,
tras el mueble de recepción.
Mirándolo bien, el otro día, descubrí que tenía en
su cuerpo algunas agujas.
Una sobre la nariz, otras en las orejas… y así en
distintas partes del cuerpo.
Como lo miré atentamente la recepcionista se dio
cuenta y señaló brevemente que le hacían acupuntura.
No agregó nada más y miró hacia otro lado así que
pasé a sentarme
II.
No se mueve, el gato, cuando tiene puestas las
agujas.
Lo descubrí tras una segunda visita en que lo miré
todo el tiempo.
Y es que en un momento alguien del local se le
acercó y retiró una aguja que el gato tenía atrás de su cabeza.
Solo entonces, el gato se movió un poco y le
acercaron un cuenco con agua.
Tras beber, le volvieron a poner aquella aguja y el
gato volvió a su primer estado.
III.
Consideré que aquello era cruel así que le pregunté
a un garzón con quién podría hablar.
Pensaba aclarar aquello y poner alguna denuncia,
incluso, si era preciso.
Así tras pagar, un anciano me estaba esperando,
justo al lado del gato.
Me paré frente a él y me disponía a pedirle
explicaciones cuando pensé de golpe que todo aquello no tenía sentido alguno.
¿Para qué se
querría mover el gato?, me pregunté.
Fue un pensamiento como un pinchazo, casi ajeno,
pronunciado en mi cabeza de una forma poco habitual.
-¿Quiere preguntar algo? -, me preguntó entonces el
anciano, al lado del gato.
Yo intenté responder, pero no pude.
Simplemente bajé la vista, y me fui del local.
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