Escucho un tren pasar en algún sitio.
Yo tengo boletos a ese tren.
Estaba ordenando y me encontré con ellos.
Seis boletos, encontré.
Todos con la fecha de hoy y con mi nombre impreso.
Todos a un lugar, en el que nunca he estado.
No recuerdo bien cuándo los compré.
Ni siquiera las razones las tengo hoy tan claras.
Se va en pocas horas.
No alcanzo a preparar equipaje alguno.
Apenas unos minutos para darme una ducha y escribir
al paso.
Esto es lo que escribo al paso.
Tengo los boletos a un costado, mientras escribo.
Perderé cinco de estos boletos, pienso.
Todos están a mi nombre y solo puedo usar uno.
Lo haré al azar, y guardaré los otros cinco
Me servirán para recordar que de cierta forma no
viajé.
O simplemente como marcadores de páginas.
No alcanzaré a despedirme de nadie.
Tampoco sé qué clima hay, adónde voy.
Y es que el destino impreso en los boletos está
algo borroso.
Y sinceramente, no me interesa mucho, esforzarme por
leerlos.
Después de todo, un tren no puede dejarme en este
sitio.
De hecho, es el único lugar donde no puede dejarme.
Entonces miro los boletos y pienso que solo escribiré
una línea más.
Ninguno, por cierto, es un boleto de retorno.
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