Yo digo que es normal. Que los demás exageran. Que
el orden que me exigen es algo lejano a la naturaleza de las cosas. Porque las
cosas tienen naturaleza, ciertamente. Una naturaleza viva, me refiero.
Esparcidas y todo por los rincones de la casa, por ejemplo, esas cosas
pertenecen a un reino que tiene pulsaciones propias. Yo las observo, por
ejemplo, y es como si viese árboles. Árboles que están siempre en el lugar
correcto, por cierto. En el lugar donde tienen sus raíces. No han quedado ahí,
me refiero. Su existencia está ligada a aquel lugar. Y darles un orden,
entonces, sería segarlas. Arrancarlos de lo que son. Diseccionarlas.
Con todo, no todas las cosas tienen una naturaleza
viva. O no todas la han desarrollado, al menos. Me refiero a que hay cosas que
puedo reubicar. Mover de un sitio a otro sin provocar daño. Justamente mientras
son cosas. Cosas que aún no palpitan. Que aún no han encontrado el sitio donde
comienzan a existir. Aunque hay que estar atento. De pronto cae una cosa, por
ejemplo, y descubres entonces que era ese el lugar correcto. Que ahora existe.
Que ha pasado a ser parte del reino de las cosas vivas. Que ya no debes
recogerla. Que está ahí como un árbol. Y que ese es el comienzo, realmente, y no
el fin.
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