I.
Dejé sonar el teléfono antes de contestar.
Siete veces lo dejé sonar.
Luego dijeron un nombre.
No escuché bien así que pedí que lo repitieran.
Tras volver a escucharlo seguí sin entenderlo, pero sin duda no era el
mío.
El nombre que habían dicho tenía una gran extensión y palabras
compuestas,
Yo no soy ese, les dije.
Luego corté.
II.
Volvieron a llamar.
Tres veces volvieron a llamar hasta que decidí contestar.
Era la misma voz que antes.
Volvió a decir un nombre complejo y yo le dije que no.
Que ahí no vivía nadie con ese nombre, fue lo que les dije.
Tras colgar, sin embargo, comencé a darle vueltas al nombre que me habían
dicho.
No era el mío, claro está, pero yo no soy el único que está al centro
de este mundo.
III.
No se llega al centro de este mundo yendo al centro de este mundo.
Tampoco contestando –o no-, consultas telefónicas.
Menos aun escribiendo a diario
textos de escasa calidad.
Conozco las reglas aunque a veces las olvido.
No importa que estés en el centro de un mundo.
Siempre que accedes a otro el centro se modifica.
IV.
Me acerqué al teléfono y marqué mi número.
Siete veces debe de haber sonado antes que contestaran.
Tengo el mensaje de Dios, le dije.
Tengo la verdad oculta.
Tengo el secreto del sentido del dolor.
Del otro lado cortaron, sin embargo, como si hubiesen estado esperando
un nombre.
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