Antes de volver de la playa un pájaro se metió en
la casa.
Volaba en círculos y se golpeaba contra las paredes
mientras intentábamos sacarlo.
Papá ya estaba en el auto y nos apuraba.
Íbamos varias veces al año, y nunca antes había
sucedido.
Mamá movía sus brazos e intentaba guiarlo hacia la
puerta, pero el pájaro estaba demasiado nervioso y volaba a cualquier sitio.
Desde fuera, papá tocaba la bocina y nos llamaba,
haciendo sonar el motor.
Finalmente, tras un último intento, debimos cerrar
la puerta.
El pájaro quedó adentro. Encerrado.
Mientras íbamos hacia el auto, mamá me dijo que no
le dijera nada a papá.
Le hice caso, por supuesto, pero no dejé de pensar
en lo que había ocurrido mientras volvíamos a Santiago.
Pasaron así los días.
Eran las vacaciones de verano y faltaban todavía un
par de semanas para entrar.
Papá había vuelto al trabajo, por lo que mamá y yo pasábamos gran parte
del día en casa.
Una mañana, mientras desayunábamos, mamá me contó que no
dejaba de pensar que el pájaro estaba encerrado en aquella casa.
Así, resultó que ni yo ni ella podíamos dormir
bien, desde que habíamos regresado.
Acordamos entonces que intentaríamos convencer a
papá para viajar pronto a la playa.
Lo intentamos varias veces, pero papá trabajaba hasta los sábados y no quería ir
por tan poco tiempo.
La última vez que intentamos nos dijo que no insistiéramos más, y hasta intentó explicarnos que no salía
a cuenta.
Al día siguiente de esa negativa, mamá me despertó temprano y
fuimos hacia la estación de buses.
Ella había hecho los cálculos y me dijo que alcanzábamos
a ir y volver sin que papá se diera cuenta.
Recuerdo que íbamos alegres, incuso más que cuando iniciamos a las vacaciones.
Apenas llegamos, mamá abrió la puerta y nos pusimos
a buscar al pájaro.
No se veía en ningún sitio.
Por un momento pensamos que había logrado escapar de
alguna forma, pero justo entonces mamá lo encontró muerto, en el lavaplatos.
Yo la vi como pasaba un dedo sobre sus plumas y
lloraba un poquito.
Poco después, con cuidado, lo enterramos en el
patio y volvimos a Santiago.
Estábamos tristes, pero papá no sospechó nada.
Con el tiempo, siempre que veía con pena a mamá,
pensaba que estaba recordando a aquel pájaro.
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