I.
Una vez alguien me contó un chiste que preguntaba
sobre la diferencia entre un huevo y una piedra blanca.
No recuerdo quién me lo contó.
Tampoco recuerdo el contexto de la situación.
E incluso no recuerdo el chiste.
Con todo, recuerdo la pregunta y sé que se trataba
de un chiste, porque al final reímos.
Si alguien se lo sabe podría dejarlo en la sección
de comentarios.
II.
Leo “El sentido de un final”, de Julian Barnes.
Un amigo había escrito sobre el libro y me pidió
que lo leyera.
No está mal, le digo.
Pero tampoco bien.
Más que “Hablando del asunto” y menos que “El loro
de Flaubert”.
Mi amigo se muestra molesto y yo intento explicarle
que no podría decir que Barnes escribe mal.
De hecho, una vez di a leer a mis alumnos un
capítulo de “Una historia del mundo en diez capítulos y medio”.
También, creo, leí “Arthur y George”, aunque en
este momento no podría asegurarlo.
De todas formas olvidaremos a Julian Barnes, le
digo.
Entonces él, molesto, se lleva abruptamente lo que
ha escrito sobre el libro, y yo me alegro de no leerlo.
III.
Los chistes son innecesarios.
Pueden decir lo que quieran, sobre esto, pero si
son sinceros verán que son innecesarios.
Y es que no es correcto, por ejemplo, que cause
risa la diferencia que existe entre un huevo y una piedra blanca.
Puede parecer una observación exagerada, lo admita,
pero no por eso deja de ser cierta.
Julian Barnes, por ejemplo, podría estar de acuerdo
en eso.
Sin embargo, si lo pienso, estoy seguro que
desconoce la diferencia entre huevo y una piedra blanca.
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