X se pone un sombrero que ha utilizado durante
varios años.
No es un sobrero especial, pero ha resistido varias
temporadas así que X ha terminado por tomarle cariño.
Esta vez, sin embargo, al ponerse el sombrero, X lo
ha sentido más ajustado que otros años.
De hecho, ha debido forzarlo para poder ubicarlo a
la altura que le gusta.
Y claro, como X no ha lavado el sombrero, y este ha
permanecido todo el tiempo en la sombra, la única razón que explicaría la
dificultad sufrida es que a X le haya crecido la cabeza, durante el último
periodo.
Convencido de esa situación X se preocupa y
comienza a investigar lo que le ocurre.
Se mira largas horas al espejo e intenta tener otra
referencia que respalde su apreciación, pero lamentablemente no tiene otro
sombrero y, si bien al ponerse camisetas siente que estas se traban un poco al
pasar por su cabeza, no le parece aquella una prueba precisa.
Por lo mismo, durante varias semanas, X no ha dejado
de medirse la cabeza, pero salvo variaciones de un par de milímetros –a favor y
en contra-, no ha encontrado nada anómalo.
Junto con esto, X visitó a tres médicos distintos,
pero tras enviarlo a hacerse algunos exámenes y ante la falta de mediciones
previas que validaran la tesis propuesta por X, lo han despachado dando a
entender –indirectamente por supuesto-, que todo es fruto de una conducta
psicopática del paciente.
-Así son a veces las cosas –le dijo el último doctor
que lo atendió-, nos defraudan un poco, sin motivo. No se haga usted más
exámenes y cómprese un sombrero nuevo y siga con su vida justo donde la dejó antes
de todo esto…
Y claro, si bien X no se fue conforme con la
atención, con el tiempo comenzó a darle vueltas a la idea dada por el médico, y
hasta se compró un nuevo sombrero, lo más similar que pudo a aquel que lo había
defraudado.
-No es un buen final, pero es lo que hice -me dijo el otro día, mientras me contó la historia.
Y tenía razón.
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