Ese tipo fue a nadar con piedras en los bolsillos.
Lo vimos meterse al agua luego de cargarlas y ni
siquiera se quitó la ropa.
A los diez minutos seguía nadando y sus zapatillas
habían regresado, con las olas.
Cuando apenas se veía llegó otro hombre y nos preguntó
por el hombre de las piedras.
Entonces le dijimos lo que sabíamos, que es lo que
está escrito allá arriba.
Además, le indicamos donde estaban las zapatillas y
el hombre que había llegado se acercó, las tomó y las observó con cuidado, como
si tuviesen algo escrito.
Luego gritó hacia el hombre de las piedras, que
apenas se veía.
Y le gritó.
Solo fue un nombre repetido varias veces.
Un nombre común, que tal vez alguno más, de los que
estaban junto al mar, tenía.
El hombre de las piedras no miró y en vez de eso,
llegaron a la orilla varios curiosos que comenzaron a llamar por teléfono, y
pedir ayuda.
Entonces fue cuando un policía que llegó nos
preguntó lo que sabíamos y también se lo dijimos, y él pareció molestarse,
porque no hubiésemos hecho nada.
-Todos estamos aquí en la orilla –le dije-. Y
ninguno hace nada.
Poco después una lancha comenzó a andar por el
lugar y terminó por sacar al hombre, ante los aplausos de quienes estaban en la
orilla.
El hombre de las piedras llegó a la orilla aparentemente
en buenas condiciones, y fue atendido un momento por un par de policías, que
finalmente se retiraron del lugar.
A partir de entonces quedó tendido sobre la arena,
junto al primer hombre que nos había preguntado por él.
El hombre que habían rescatado se veía cansado, tenía
todavía la ropa puesta, pero no encontraron piedras en sus bolsillos.
Cuando nos fuimos los dos hombres ya se habían
levantado y tomaban un café.
El hombre al que habían rescatado estaba empuñando
sus manos.
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