Estaba medio dormido cuando sentí que bajo la carpa
se deslizaba algo vivo. Lo cierto es que no me detuve a pensar qué podía ser,
pero intenté presionarlo con mi peso. Me moví rápidamente aún dentro del saco y
lo aplasté con la pierna. Entonces, por la forma de moverse comprendí que ello
no podía ser un ratón u otro animal similar, sino que debía ser una culebra, lo
bastante grande y fuerte como para no conseguir detenerla ni atontarla, aun cuando la golpee
fuertemente desde el interior de la carpa, buscando ante todo aplastar su
cabeza. Y claro, fue recién entonces, entre un golpe y otro que me hice
consciente del asco que me daba todo aquello y de lo fuera de mí que me
encontraba, dando golpes de puño en el piso sobre esa cosa que estaba bajo la
carpa tratando con todas sus fuerzas de escapar hacia algún sitio. Fue en ese
instante que debo haber dejado ir al animal, que logró escabullirse y alejarse
del lugar, deslizándose rápidamente.
No pude dormir esa noche.
A la mañana siguiente mientras guardaba mi carpa y
me alistaba a retomar el sendero, pude apreciar que a unos pocos metros, tras
unas rocas, estaba la culebra. Tenía a un costado de la cabeza una larga herida,
como si su cuerpo se hubiese descosido en esa parte, revelando su interior.
Así que de esta forma entra el pecado en el hombre,
me dije, luego de un rato.
Por último, minutos después, debo reconocer que simplemente
le di la espalda y retomé el sendero, aunque sin recordar hacia dónde me
llevaba.
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