Alef.
Le arrojaron joyas a la viuda, pero para ella solo
fueron piedras. Sola en medio de todos, apenas atinó a cubrirse. Las joyas
quedaron en las calles y por estar junto al suelo nadie creyó en su valor. Por
esto, se dice, Dios no desciende hasta nosotros.
Bet.
Entonces los amantes de la viuda se arrojaron sobre
ella, en los pastizales. Nada se consumó, sin embargo, pues los pastizales se
encendieron con fuego oscuro. Como si llevase muerta un tiempo la viuda se
quedó de esta forma, en medio de las llamas.
Guímel.
Junto a la viuda un animal vino más tarde a parir. Sobre
la ceniza, en ausencia de caminos, el chacal dio a luz una bestia que quiso
mamar de la viuda. Ella se niega y lo expulsa, sin embargo, por saberse seca y
rodeada de muerte.
Dálet.
Ignora la viuda quien flechas le arroja. Las puntas
se hunden en su piel, pero no brota sangre. Pediría piedad, pero su lengua se pegado
al paladar y además nadie vendría. Si fuese una ciudad los caminos de la viuda
estarían repletos de cadáveres de cartón.
He.
Ante ella un obispo se revuelca en la mierda y en
el barro. El dueño de la ciudad la ha destruido y está en su derecho. De igual forma
el hombre, abandonando su vida, ha transformado sin retorno a la mujer en viuda
y la ha embriagado con ajenjo.
Wau.
En ella nadie puso su mano, pero igualmente ha sido
destruida. Rotos su dientes y cubierta de ceniza, la viuda ha sido abandonada.
Si alguna vez tuvo gloria hoy sin duda la ha perdido. Si su piel hubiese sido
tierra estaría yerma y sin hierbajos.
Zain.
Nadie ha venido hasta ella para menos que burlarse
y maldecirla. Y ella misma se maldice, malviviendo de esa forma, arrojada sobre
sus huesos. Como un dios que repudia su altar, algunos la han visto. El alma
cae en ella como en un pozo oscuro, y se oscurece.
Jet.
Los pecados pesan sobre la viuda como si fuesen
años. Sus propios muros se han venido abajo y la han aplastado bajo su oscuro
peso. Como un leño su piel que añora ser encendido. Ya no hay fuego, sin
embargo. Siempre ha sido tarde.
Tet.
Ahora la viuda busca una espada, antes que la venza
el hambre. Si su vestido ha de ser mortaja, esta está tan sucia como el mundo.
No queda nadie para verla, sin embargo. Y es que los vigías, incluso, han
quedado ciegos.
Yod.
Bajo la nube de cenizas ella busca entonces comer
pureza e inmundicia. Como la mujer que hambrienta acaba con uno de sus hijos.
Pone su boca entonces la viuda en el polvo y no la aleja. Todos deben
inclinarse hacia la tierra.
Kaf.
Ojalá no cedan los cimientos. Mientras los niños
hambrientos avanzan sobre la ceniza, la viuda piensa en los cimientos. Llora
incluso, mientras piensa, pero su llanto no es algo que dé frutos. Ojalá nadie
piense que es por gusto, que Alguien permita todo esto.
Lámed.
Comparar el dolor de poco sirve. Los dolores son
puertas herrumbrosas que no dan a ningún sitio. Si alguien mira en una
dirección y luego en otra, ya no sabrá nunca a qué dios encomendarse. Solo los
enemigos, finalmente, pasan libremente por las puertas.
Mem.
Asco da mirar el cielo cuando caemos hacia atrás.
La viuda busca entonces que mirar, pero hasta el mar que encuentra, es una
herida. Y la sangre de los justos abre más la herida. Caer y mirar es siempre
caer y seguir cayendo. No hay justo que no caiga y que no sangre.
Nun.
Demasiados profetas mintieron por temor a
encontrase abandonados. Y ese temor se funda en la mujer que deambula en estas
letras. Una vez alguien la vio limpiando sangre de un camino. Nunca supimos,
sin embargo, hacia dónde nos llevaba.
Sámec.
Esperamos porque no sabemos avanzar. O porque no
podemos, piensa la viuda. Todo lo importante ha estado siempre oculto tras
alguna nube. Y cuando la nube se disipe llega otra y cuando es se disipa llega
la noche. Por eso es que solo podemos esperar.
Ayin.
La esperanza estaba dirigida erróneamente, y por
eso nos fallaron otras cosas. De esta forma, al perder, festejamos el triunfo
del enemigo. Y es que as bocas abiertas de quienes nos odian son iguales, si se
piensa, que las bocas de quienes nos aman.
Pe.
Han sido devorados los ojos de la viuda. Los que
eran sus enemigos, esta vez, se han acostado saciados. Mientras mastican su
carne, sin embargo, la viuda los oprime desde dentro. Tal vez por eso la
escupen, como objeto de abominación.
Sade.
Oíd las voces que antes acompañaban a la viuda y
hoy gimen estando en cautiverio. Oíd sus demandas. De ellas se arranca la mujer
y por eso se queda en el pozo. Bien quisiera también piedras sobre el cuerpo,
pero la compasión es otra cosa.
Qof.
Miles de palabras no han de consolar la pérdida. Y
los hombres que consuelan han perecido en la ciudad. Por eso los gemidos han de
hacerse desde la noche. Sin temor a las aves que sobrevuelan el lugar en busca
de carroña.
Res.
Busca testigos, la viuda, para que le digan que no
ha muerto. Para que barran la ceniza y le digan que el fin es otra cosa. Y es
que si no hay más remedio que la vida, piensa entonces, tal vez sanarse sea
todavía una alternativa válida.
Sin.
Respirar porque el cuerpo no retrocede,
naturalmente, ante sí mismo. No es consuelo lo que llega, pero bajo la ceniza,
de igual forma, la tierra respiró. La viuda no pudo morir y ese es entonces el
principio. La piel ajada sigue siendo piel.
Tau.
Enseña sus dientes el corazón cuando el cuerpo
retrocede. Pobre viuda, pobre Dios, pobre mundo y pobres todos. Y es que alguien
expió por ti sin que lo desearas. Las manos se entrelazan entre ellas sin saber
que son del mismo cuerpo.
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