“Requiere cierta técnica estar contento
con la vida que uno lleva.
Hay
que practicar mucho
para no inquietarse por las cosas”
I. B.
I.
La tía Rosa confesó en la cena haber llegado a
tener catorce cadáveres en su armario.
En tanto, su madre, la abuela Ana, no dio cifras
exactas, pero señaló que nunca llegó a sobrepasar los diez.
-Tal vez tú limpiabas el armario más seguido, mamá –le
dijo Rosa.
-Puede ser –admitió Ana-, casi todo es cuestión de
limpieza.
II.
Mateo que apenas alcanzaba los ocho años era el
menor en aquella conversación y no entendía bien a que se referían.
Menos aun cuando Ricardo, su padre, batiese el
récord y dijese que en su armario tuvo hace unos años veintisiete cadáveres y
medio.
-Y no tuve más porque no cabían más –agregó
finalmente.
-Pudiste elegirlos más pequeños, -dijo entonces Sofía,
su esposa, casi como un reproche.
Y todos rieron ante esa frase.
III.
Mateo no se atrevía a preguntar, pero sabía al
menos que parte de la conversación estaba sucediendo en clave.
Lo preocupante fue que en un primer momento él pensó
que la palabra que designaba otra cosa era cadáveres, pero luego, al escuchar a
su padre y recordar que no tenían armario, supo que era esta última palabra la
que designaba otra cosa.
Y es que cuando se habla en clave, pensaba Mateo,
solo se debía transformar una palabra.
IV.
Sofía, la madre de Mateo, le preguntó a su hijo si
iba a querer postre, pero este se negó.
Entonces Ricardo y Sofía se miraron y dieron a
entender que tampoco comerían postre, pues debían irse pronto.
-Tal vez tantos cadáveres le quitaron el apetito –les
dijo Rosa.
-Es al revés –dijo Sofía-. Si no fuera por los
cadáveres Ricardo y yo no tendríamos nada en común.
Ricardo asintió y le hizo un gesto amable a su
esposa.
Minutos después se despidieron y recogieron sus
cosas para irse.
-Nunca te acerques al armario de tus padres –le dijo
la abuela Ana a Mateo, mientras le pellizcaba una mejilla.
Mateo sonrió pues no se le ocurrió hacer otra cosa.
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