I.
Hace unos días, mientras acampábamos con mi hijo y
veíamos una película de Roy Andersson, tuve de pronto una certeza tan real,
clara y concreta, que logré atraparla en un solo movimiento y desde entonces ha
permanecido a resguardo en una de mis manos.
-Es una certeza –le dije a mi hijo.
-¿Qué cosa…? –preguntó mi hijo-. ¿La película?
-No –le dije-. Lo que tengo en mi mano.
Entonces cerré el notebook y en medio de la
oscuridad, y del sonido de la lluvia cayendo fuera de la carpa, ambos pudimos
ver cómo la certeza, al interior de una de mis manos, resplandecía suavemente.
II.
Para que no se me escapara, esa misma noche sujeté
con cinta adhesiva mi mano y logré dormir un poco.
Mi hijo, que no me toma muy en serio, durmió a un
costado, pensando que bromeaba
En la mano se sentía como si tuvieras algo vivo,
aunque no luchaba por salir de ahí.
Por otro lado, ¿a dónde podría ir hoy una
certeza’, me preguntaba a mí mismo.
O me excusaba.
III.
Dejó de brillar por la mañana.
De moverse hace algunas pocas horas.
Tengo un dolor en la mano a partir de no moverla y
hasta se me ha traspasado al pecho.
Vi toda la filmografía de Andersson, pero no hubo
caso.
Tal vez hasta fue peor.
Ahora, tecleo esto con mi mano izquierda y en
cuanto termine abriré la derecha y supongo que tendré que hacerme cargo de lo
que encuentre dentro.
No tengo, por cierto, mayores expectativas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario