I.
-No puedo dormir si no me tomo al acostar dos
pastillas blancas –me dijo.
-¿Qué tipos de pastillas blancas? –pregunté.
-Cualquiera –contestó-, lo importante es que sean
blancas.
-Ya –dije yo, sin creerle en lo más mínimo.
II.
Como a la quinta noche comencé a sospechar que lo
que decía era cierto.
Y es que la había visto sacar, aparentemente al
azar, pastillas desde un tarro, de diferentes tamaños, formas e inscripciones,
pero todas blancas.
Sin decirle nada me puse a investigar en las
pastillas y encontré aspirinas, ibuprofeno, paracetamol y bastantes otras que
no tenía forma de adivinar qué eran.
-Al menos no parecen ser pastillas muy peligrosas –le
dije, luego de revelar mi investigación.
-Sí –afirmó-. Si son blancas y no son más de dos, no
hay problema.
III.
Esa misma noche, para demostrarle que aquello podía
ser peligroso yo mismo le entregué dos pastillas blancas con fuertes dosis de
cafeína.
Ella se las tomó, confiada, y se preparó para
dormir.
Extrañamente, no pareció recibir efecto alguno y se
durmió tranquilamente, a los pocos minutos.
Complementariamente, también despertó por la
mañana, sin ninguna perturbación.
IV.
-No sé por qué te preocupas tanto –me dijo anoche-.
Yo creo que también están necesitando un par de las blancas.
-¿Lo dices en serio? –pregunté.
-Da lo mismo cómo lo diga –me dijo-. No tienes la
fe necesaria, para que surja efecto.
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