En la esquina de la calle encuentran, por la
mañana, un dedo.
Dicen que fue un escolar, quien lo encontró.
Pensó que era de broma, pero tras tomarlo,
comprendió que era un dedo real.
Perteneciente a un ser humano, me refiero.
Horas después estuvo la policía y creo que unos
peritos se lo llevaron, para hacerle estudios.
En mi caso, no lo vi, pero pasé por esa esquina
poco antes que el escolar que lo encontró en el suelo.
Por lo mismo –y aunque sé que es algo absurdo-, me
ha dado por pensar que ese dedo tal vez es mío.
Me refiero a que no dejo de mirar mis manos y
contar mis dedos.
Así, si bien hay diez, creo percibir un espacio
donde pudo haber ido el dedo encontrado.
Sé que no es así en la realidad, digamos, pero me parece algo posible, de una
extraña manera.
Es decir, me ha parecido percibir un espacio
posible, no solo en mi mano, sino en la realidad misma, permitiendo que ese
dedo pueda haberme pertenecido.
Y es que no necesito tener menos de diez dedos,
para sentir que he perdido alguno.
Y claro, de la misma forma, no necesito cuervos –como
condición esencial, al menos-, para que me arranquen de una vez, los ojos.
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