Todo se complica a partir de una necesidad.
En este caso, la necesidad de contemplar un mundo
que opera en función de leyes de causa y efecto.
Ella lo planteaba así, al menos, y decía además que
ese era mi problema.
La simplificación del sistema principal de
funcionamiento del mundo, digamos.
Ahora bien, como todo problema debía resolverse –esto
era inherente al significado esencial del problema, según ella-, yo debía
encontrar una solución.
Entonces, de entre las soluciones posibles, uno
optó por elegir el cambio.
Ni siquiera se explicó cuál, o de qué tipo, pero fue
un acuerdo establecido así desde un inicio.
Expresaba al menos buenas intenciones, decía ella.
Y parecía bueno, decía yo.
No consideramos, sin embargo, en todo esto, una ley
fundamental.
Dicha ley señala que todo cambio involucra
deterioro.
Desgaste en definitiva, ya que aquello que se cambia
sigue, materialmente al menos, siendo el mismo.
Y claro, con esto, lamentablemente constatamos la
aparición de nuevas necesidades.
Además, llegado este punto, ella recalcaba que esas
nuevas necesidades originaban también nuevas complicaciones y anunciaban, con
esto, futuros problemas.
Ese era el panorama, recuerdo, que se nos presentaba
por entonces y respecto al cual había que tomar una decisión.
Siendo sincero, hoy puedo decir que entendía, en el
fondo, poco menos de media mierda de todo aquello.
Aunque al mismo tiempo, digamos que tenía una
especie de fe en las causas simples.
Esto último fue lo que, en definitiva, permitió
dilatar la situación.
Así, ocurrió finalmente que dejamos de vernos, de
un momento a otro, y la causa y el efecto fueron entonces pilares que se
derrumbaron.
Casi todo, comprendo hoy, se reduce a eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario