“Solo queda joven para siempre
aquel que accede a degollarse diariamente”
B. B.
I.
Lanzo el poema como una tos, le digo, y a veces es
molesta.
Me refiero a que duele el pecho y a veces siento
extrañas punzadas, tras los oídos.
Me preocupa porque no puedo amar mi tos, le digo, y
el dolor me paraliza.
Y porque un día voy a voltearme de revés, como un
calcetín, si sigo de esta forma.
II.
En primer lugar, me dijo, hay que dejar las cosas
claras:
Lo que te dijeron de pequeño ya no corre.
Si lo olvidaste no importa, pero si recuerdas, ya
es mejor que vayas reseteando.
Y es que los grandes hombres toman por estúpida a
la gente.
Y muchos quieren convertirse, prontamente, en
grandes hombres.
III.
Doctor, le dije entonces, son bellas sus palabras.
¿Pero qué pasa con la tos que me cierra la
garganta?
¿Podría acaso responder esa pregunta?
IV.
Lo que hay que preguntarse, dijo entonces el
doctor, es qué quiere expulsar el cuerpo cuando tose.
Palabras incorrectas.
Frases insuficientes.
O el cemento del que están hechas las ciudades.
Tosa usted para saber, me dijo, y yo intenté toser.
V.
¿Sabe alguien cómo se tose sin toser?
Lo pregunto con urgencia, pues yo no puedo.
Intento y salen algo así como poemas políticos.
O como lapidas de hombres, que no alcanzaron a vivir.
Disculpe doctor, pero no puedo, le digo.
VI.
No importa, dijo el doc, ya me hago la idea.
Además el tiempo pasa y ya ni modo.
No se degüelle en estos días y ya verá cómo prospera.
Luego pida otra atención.
Deje el bono y el importe, con mi secretaria.
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