“Para que el cerebro del idiota se ponga
en movimiento,
tienen que ocurrirle muchas cosas y muy
crueles”.
L.-F. C.
Es de noche y estoy sentado en una especie de plaza, en las afueras de
Santiago.
Hasta hace poco estaba leyendo y tomando unos apuntes, pero ahora descanso,
nada más.
Eso hago hasta que veo a un hombre venir desde muy lejos.
Su ropa está sucia y parece cansado.
Se detiene junto a mí.
-¿Sabes dónde está Barbagny? –me pregunta.
-No lo conozco –respondo.
-Parece que es una especie de pueblo –insiste.
Yo no contesto.
El hombre deja una especie de morral en el suelo y parece mirar a la distancia.
-Al menos no es tan oscura la noche –agrega.
-No, no es tan oscura –digo yo.
Entonces el hombre se sienta en el suelo
-Nadie conoce Barbagny –comenta.
-¿Usted tampoco? –le pregunto.
-No -señala-. Yo tampoco.
Nos quedamos en silencio unos minutos.
-¿Y qué va a hacer cuando llegue a ese lugar? –le digo.
-No hablo del futuro –me dice-. Disculpe.
-No se preocupe –digo yo.
-Además, invocar la posteridad es hacer un discurso a los gusanos-. Agrega.
Yo asiento, en silencio.
Poco después, el hombre vuelve a tomar sus cosas y camina en medio de
la noche.
Yo lo veo irse, sin mirar atrás.
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