La mirábamos a escondidas desde una ventana.
Estábamos a la espera y ella siempre entraba al baño
antes de acostarse, a la misma hora.
Lo hacía cuando creía que ya todos estábamos durmiendo,
pero no era así.
Entonces ella entraba y se sentaba en una esquina y
comenzaba a hacerlo.
Al principio no entendimos, pues éramos pequeños, simplemente
veíamos cómo se tocaba y temblaba un poco, antes de vestirse.
Luego supimos de qué se trataba y comenzamos
también a tocarnos, cuando la veíamos.
Tal vez por eso, nos turnábamos para mirar, un día
cada uno.
Aunque claro, no siempre teníamos la suerte que
ella se tocara.
De hecho, en una de esas ocasiones la vi hacer algo
muy distinto.
Esa vez, tomó una tijera y se hizo unas heridas en
los brazos.
Casi no sangró, pero recuerdo que se limpió con
papel y se enjuagó los brazos.
Esa semana le comenté a mi primo y él me dijo que
también la había visto hacerlo, alguna vez.
No le dimos importancia y seguimos mirando, todavía,
por unas semanas.
Debe haber sido por ese entonces que ella se apareció
en mi cuarto.
Ese día la había estado mirando y creo que ella se
dio cuenta.
El punto es que entró en mi cuarto y se metió a la
cama e intentó que lo hiciéramos.
Yo estaba nervioso, en todo caso, y pude apenas.
Además pensaba todo el tiempo en las heridas de sus
brazos.
Nunca hablamos de eso, sin embargo, hasta que ella
se fue de casa.
A los meses, mamá nos contó que estaba
muerta y hasta fue al funeral.
Nosotros no fuimos.
Erróneamente, redujimos su presencia a decir que se
trataba de una puta.
Con los años, obviamente, aprendimos que no, pero
supongo que no corregimos nada.
La ventana la bloquearon, luego que se fuera, y
dejamos de mirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario