En el año 1846 naufragaron en las costas de
Magallanes catorce buques.
Todos ellos, por cierto, naufragaron en la misma
zona.
Y es que dicha zona tenía, sin duda, varias
condiciones desfavorables.
Así, dejando de lado el clima y las corrientes
habituales, es importante señalar que el sector tenía bastantes rocas y escasa
profundidad.
Según la información de la época los naufragios habrían
ocurrido en el siguiente orden:
Los tres primeros buques que se hundieron fueron
españoles.
Luego naufragó uno inglés, dos portugueses y uno de
país no identificado.
Posteriormente, el orden se repite una vez más,
hasta completar los catorce naufragios.
Esa era la situación previa hasta diciembre de ese
año, hasta que un nuevo buque casi naufragó en la misma zona.
Dicho buque –español, por supuesto-, habría
comenzado a hundirse y a intentar ser evacuado cuando sus tripulantes se dieron
cuenta de un extraordinario prodigio.
Y es que el buque, que había comenzado a inundarse,
detuvo de pronto su hundimiento, quedando detenido en medio de las aguas, para
sorpresa de todos.
Lo que ocurrió, sin embargo, lejos de ser un
milagro o el resultado de una maniobra prodigiosa, fue que este decimoquinto
buque se había hundido sobre el buque decimocuarto, que a su vez se había
detenido sobre el busque decimotercero, que a su vez se asentó sobre el
decimosegundo y así sucesivamente hasta llegar al primero de ellos, también español.
De esta forma, resultó que salvaron ilesos de dicho
evento ciento setenta y dos de los ciento ochenta tripulantes (los ocho
restantes habían muerto durante el trayecto, por una infección al comer
mariscos infectados por marea roja).
De entre los sobrevivientes, por último, me
gustaría señalar que se encontraba el sacerdote Malaquías Estrada, quien tras
salvarse fundaría en tierras magallánicas una nueva orden religiosa: hijos del
decimoquinto escalón, de la cual fue fundador, presidente y único miembro.
Al día de hoy, sus restos y una breve reseña de su
historia se encuentran en la Capilla del vino amargo, cerca de la Bahía de Extremaunción.
Por último, me gustaría destacar que justo al lado
de su tumba funciona en enero y febrero de cada año, una feria gastronómica, en
cuyo stand número dos vende un muy buen chupe de centolla.
Si algún día viajan a esa zona, -en esas fechas,
por supuesto-, no dude en consumirlo.
Dicen que su sabor, por cierto, alegra un poquito
el corazón.
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