domingo, 15 de julio de 2018

De cierta forma no es su culpa.


El viejo me dijo que el tiempo era como un perro. Uno de esos chicos, mañosos, que te atacan a traición. Justo cuando piensas que es inofensivo, cuando te has animado hasta a acariciarle el lomo y quizá hasta le hayas puesto un nombre. Es entonces, decía el viejo, cuando lanza el tiempo las primeras mordidas. Y descubres que sus dientes son filosos. Y comprendes una nueva naturaleza del dolor. Estas son las marcas, dijo el viejo, mostrando sus heridas. Al principio te defiendes, pero lo cierto es que no lo ves venir. Ataca en la oscuridad y ni siquiera sabes, en principio, quien te ataca. Solo sientes sus dientes. Su mandíbula fuerte. Su gruñido extraño, como sonido de reloj. Así ataca el tiempo, dijo el viejo. Si peleas te desgarras. Si lo esperas enloqueces. Es extraño, pero finalmente simplemente lo dejas venir. Siempre duelen sus mordidas, pero te acostumbras al dolor. Y al amanecer nuevamente es un perro pequeño, a tu lado. Sabes lo que ha hecho, pero de cierta forma lo perdonas. Le acaricias el lomo. Le das agua. De cierta forma no es su culpa, dice el viejo. Después de todo, la piel está hecha para hacerse jirones. La sangre para ser derramada. La vida para llegar hasta su final. El tiempo es como un perro, dijo el viejo. Nada más.

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