I.
Hay que desconfiar de la X, en los mapas del
tesoro.
Es más: desconfiad mejor de los mapas del tesoro.
No cuentes pasos ni busques referencias.
No trates de alternar, en él, los puntos
cardinales.
Y es que los mapas del tesoro se hicieron
justamente para alejar de los tesoros.
Y la X en ellos, simplemente, es la mayor de las
incógnitas.
Luego de la muerte.
Luego del amor.
Luego de la vida.
II.
Hay que desconfiar de la X, en los mapas del
tesoro.
Es más: desconfiad mejor de los mapas.
Y es que la realidad no puede, a fin de cuentas,
ser referida en signos.
No hay excepción.
No hay intento que valga.
La naturaleza del mundo es cambiante como el
corazón humano.
En vano lo intentan los geógrafos y los poetas.
Todo mapa miente, sin querer, por desconocer la
naturaleza de la verdad.
Todo aquel que intenta fotografiar a Dios queda
siempre cegado por la luz.
Y con las manos vacías.
III.
Hay que desconfiar de la X, en los mapas del
tesoro.
Es más: desconfiad mejor de los tesoros.
Nada valioso ha de encontrarse nunca fuera de
nosotros mismos.
Nada de alto precio puede ser transportado o cambiado
de lugar.
Y es que no se puede trasladar el corazón del
hombre ni ninguno de sus órganos.
Y los ojos del hombre no han sido puestos para
contemplar el mundo.
Dichoso aquel que comprende que ellos están ahí
para alumbrar el interior del hombre.
El interior de Dios.
El interior del mundo.
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