Él tenía un loro desde hacía al menos veinte años.
No podía recordar la fecha exacta, al igual que
muchas otras cosas.
Por ejemplo, no sabía si el loro se llamaba Hans o
ese era su propio nombre.
Y es que el ave acostumbraba repetir aquella
palabra cada vez que lo veía.
Lo de los veinte años, en tanto, lo recordaba por
una foto que estaba colgada en la pared.
En la foto aparecía él, un niño pequeño y el loro.
Y claro, para no olvidarlo, sobre la imagen había
pegado una nota que decía “veinte años atrás”.
De todas formas, no recordaba cuándo puso aquella
nota.
Y entre otras cosas, tampoco recordaba quién era
aquel niño pequeño.
Tal vez un hijo se decía el viejo, pero no
recordaba con claridad.
Se escribió una nota, sobre el velador, para preguntarle
a la mujer quién era aquel niño.
La mujer venía a cocinar y al limpiarlo, tal vez
todos los días.
No parecía hacer aquello con afecto, así que lo más
probable es que fuese contratada.
Tal vez él mismo la contrató, pero no lo recuerda.
Tampoco recuerda, por cierto, cómo debe sentirse
ante todo esto.
Cuando el loro muera, pensaba el viejo, olvidaré
que uno de los dos se llama Hans.
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