I.
Un día mi tío Pedro salió en tv.
Y no fue por robo, asesinato ni ninguna de esas
cosas.
Salió en un programa extranjero, junto a un alemán
y a un japonés, que (sin llegar a tocarlas, por supuesto) podían doblar
cucharas.
En esa oportunidad, le hicieron preguntas al tía Pedro, quien respondía
brevemente cada una.
Luego contaban cosas de su vida y le pedían,
finalmente, que doblara unas cucharas.
Entonces, ponían un contador para saber cuántas
cucharas podía doblar en una hora, al igual que a los otros invitados al
programa.
Finalmente –si bien recalcaban que no se trataba de
un concurso-, comparaban sus resultados con los del alemán y el japonés, que
también habían sido mostrados de la misma forma.
II.
Mi tío Pedro dobló veintiséis cucharas en una hora.
Las dobló totalmente, por supuesto.
Empató con el japonés y superó al alemán que dobló
catorce.
El japonés, por cierto, había nacido el mismo año
que mi tío Pedro (1970), medían lo mismo, y hasta tenían ambos una cicatriz en
una mano, desde pequeños, que no recordaban a qué se debía.
El japonés se llamaba Jun.
III.
Jun visitó a mi abuelo meses después del programa.
Nunca se juntaron directamente durante la
grabación, pero luego intentaron conversar por teléfono y al parecer el japonés
entendió que podía visitarlo, en el sur.
Vivieron juntos tres meses, por lo que sé, sin
doblar ninguna cuchara.
Mi tía Eugenia, esposa del tío Pedro, fue quien lo
obligó a echar al japonés de la casa.
Es él o yo, cuentan que ella dijo.
Y tras pensarlo un par de días, el tío Pedro habria
optado por pedirle al señor Jun que se fuera.
IV.
Cuando murió, hace algunas semanas, vi en el
funeral del tío Pedro una foto de él con el señor Jun, en el sur.
Pregunté, pero nadie me supo decir si se habían
mantenido en contacto.
Sí supe en cambio que, amenazado por mi tía, no volvió
a doblar ninguna cuchara.
Poco después del entierro, en mi casa, quise
averiguar si yo podía doblar cucharas.
Logré apenas doblar una y sentí como si algo
doliese dentro mío, cuando lo hacía.
Era un dolor extraño, como de pena y vacío, el que
se sentía cuando lo hacía.
Por lo mismo, nunca quise volver a intentarlo.
Si mi tío y el japonés lo sintieron puedo entender
por qué se hicieron amigos.
Por lo que averigüé, el señor Jun murió de un paro cardiaco poco antes de
la muerte de mi tío.
Nada de eso, por cierto, salió en tv.
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