Su casa estaba llena de trofeos que había ganado en
el karaoke.
Trofeos pequeños, por supuesto, sin mayor valor
monetario.
Y es que lo cierto, es que si no hay premios de por
medio, ella no canta.
Da lo mismo la importancia, pero ella explica que
necesita algún porqué.
No se trata sin embargo de incentivos, pero hay
cosas que si se hacen exclusivamente por sí mismas –me explica-, se desgastan.
Entonces da una serie de ejemplos que culminan con
el ejemplo del karaoke.
Luego, con calma, me va explicando el tiempo, lugar
y circunstancias en que ganó aquellos trofeos.
Y me sorprende, por cierto, que recuerde cada uno
de los 117 trofeos que tiene en casa.
Más de 10 por año, me dice orgullosa, mientras va
apilándolos en un rincón.
Más de la mitad de los trofeos son de un mismo
local, que hace concursos dos veces por mes.
El resto son de lugares variados.
Por otro lado, no le interesa intentar cantar de
forma seria.
Y claro, tampoco participar en concursos más
grandes.
Con este tipo
de trofeos está bien, me dice, mientras me explica.
Con eso me
basta, reitera, y eso es lo
importante.
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