Mi tío, el de la funeraria, me quiso contratar para
que ayudara a lavar los muertos.
Intenté hacerlo, a modo de prueba, pero vomité tres
veces en el intento.
Afortunadamente, mi tío se apiadó y me dejó de
igual forma para hacer encargos y cosas menores.
Dos meses trabajé con él.
Por semana solían llegar 10 o 12 muertos.
Mi tío se encargaba de todo el proceso hasta que el
ataúd era puesto bajo tierra, durante el funeral.
Un secreto que pocos sabían era que los muertos
iban vestidos solo de cintura para arriba, cuando el modelo de ataúd así lo
permitía.
Debido a esto, mi tío tenía una gran cantidad de
pantalones y zapatos que solía anunciar en páginas de internet, para obtener algún
dinero extra.
Yo, por lo general, me encargaba de llevar los
pantalones hasta el lugar de encuentro.
No me daban dinero extra por esto, pero mi sueldo
no era tan bajo.
Todo nos fue bien hasta que un cliente debió, por
un asunto legal, exhumar un cuerpo.
Y claro, encontraron al cadáver sin pantalones,
Esa misma noche nos apedrearon la funeraria y
rompieron un auto y unos cinco ataúdes.
También llegó la prensa, al lugar, pero mi tío ya
había decidido vender el negocio.
Colaboré así en lavar al último muerto pues ya
nadie iba hasta el lugar.
También conversé, con ese muerto, mientras lo
lavaba.
Pero esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario