Muy cercano a la poesía resulta el testamento que
me dictó una residente del Hospital Psiquiátrico Metropolitano, donde ya hace varios
años realicé algún taller teatral al que ella asistía.
Me lo dictó mientras esperábamos al resto del
grupo, apurándome para que lo escribiera en una agenda que ahora tengo en mis
manos, y que por suerte revisé antes de tirar a la basura.
Si bien el testamento es breve –unas cinco o seis
oraciones, nada más-, intento recrear un poco el diálogo en el que me fue
dictado, para traerlo a la memoria.
-Usted es de fuera así que tome nota –me dijo-.
Rápido porque es un testamento y no quiero que nadie sepa que voy a morir…
-¿Un testamento…? –pregunté.
-Sí… –aquí dictó su nombre, que omitiré-. Ahora hay
que anotar las cosas que dejo… ¿ha escrito usted muchos testamentos?
-No… este es el primero.
-Entonces puede quedárselo… -concedió-. Anótelo eso
sí…
-¿Qué cosa?
-Que le dejo a usted el testamento…
-Gracias.
-En todo caso yo creo que va a morir usted primero…
así que anote mejor que el testamento es suyo aunque esté muerto…
-Eh… bueno…
-¿Anotó?
-Sí.
-Ahora escriba que también quiero dejar un gato…
-¿Tiene un gato?
-No. Quiero dejar un gato que no es mío, a elección
del heredero…
-¿Qué heredero?
-No sé aún… el que quiera más al gato, supongo…
-¿Y qué gato es?
-El que quiera el heredero, ya te dije… puede
elegirlo, pero con una condición… que sea un gato que no hable…
-Un gato que no hable…
-Sí, anote eso… dejó a mi heredero un gato que no
habla.
-Ya –dije yo, y lo escribí.
-También dejo una bufanda que da tres vueltas.
-Ya…
-Escribe que debe dar tres vueltas en el cuello del
dueño… si no, no es de él…
-Eh… listo… tres vueltas...
-También dejo mis ahorros…
-¿Tiene ahorros?
-No, pero no pongas que no tengo.
-…
-A lo mejor así les da emoción…
-Ya… ¿eso es todo?
-No. Falta mi ropa, las pastillas, el pelo…
-¿Anoto…?
-No, ya van a llegar… mejor anota que dejo una
piedra…
-¿Una piedra cualquiera?
-No. Una piedra mía. Una piedra ciega.
-…
-Anota eso… una piedra ciega.
-…
-Es que uno se siente bien cuando ve a una piedra ciega –recuerdo
que me dijo-. Luego uno ve distinto, como con más colores…
Algo así fue la conversación que
tuvimos. Luego llegaron los otros y nos pusimos a ensayar.
Como pasaron muchos hechos extraños en ese Hospital, lo del
testamento fue solo una anécdota, que vine a recordar hoy, de casualidad.
Con todo, como el testamento me lo donó a mí
(ignoro si ella ha muerto en todo caso), podría decirse que se cumplió al menos
esa parte de su voluntad.
Por otro lado, recuerde que usted puede también ser heredero y elegir al
gato que no habla, la bufanda que da tres vueltas, los ahorros que no tenía o hasta la piedra ciega.
Yo, desde acá, recomiendo en todo caso lo de la
piedra ciega.
Lleve la piedra hasta su cuarto y pónganla junto a su cama.
Antes de dormir y al despertar, mírela con cariño (porque no ve), y entonces el día, tal vez, para usted, tendrá más colores.
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