“De la belleza de su expresión
depende la belleza
de un acto moral”
J. G.
La enterró en el patio. Removió la tierra, que
estaba húmeda, y depositó el cuerpo. Debe haber sido una tarea difícil, para
él, que estaba viejo. En la casa tenía una pala chica. Los vecinos dicen que lo
vieron cavar. Pensaban que estaba haciendo un jardín. Nadie lo vio depositar el
cuerpo. Nadie tampoco le ofreció ayuda. Él simplemente tomó el cuerpo y lo dejó
ahí. Luego había que llenar con tierra, nuevamente. No era algo tan complejo,
si se piensa. No necesitaba grandes planes ni coordinar tantas cosas. Eso había
sido más bien una exageración en el juicio. Lo que hizo fue limpiarla, y poco
más. Lavarla y envolverla en unas sábanas. También hacía lo mismo con el pollo
y con algunos alimentos que guardaban en el freezer. Tenían muchos alimentos en
el freezer. Como se cubrían de hielo, a veces olvidaban incluso qué guardaban. Los
policías, por ejemplo, encontraron humitas, pescado, y hasta porotos congelados.
Pero claro… todas esas cosas se perdieron. Menos mal que ella se murió antes,
pues se habría molestado con ese desperdicio. Él, a todo esto, ni siquiera sabe
de qué murió. Los jueces no creen, sin embargo, sus palabras. Ven el hecho de
enterrarla. Se quedan en eso. Si hasta observan que tiene tierra entre las
uñas. Poco antes que den el veredicto el viejo aguanta la respiración, para ver
si se muere, sin más. Se marea. Se pone rojo. Llaman un enfermero. Desalojan la
sala y no vi más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario