Es medio inútil el cortaúñas. Medio inútil de una
manera bastante similar a la inutilidad –o aparente inutilidad-, que
caracteriza varias de nuestras acciones. Y es que más allá del ámbito práctico
y hasta estético, si se quiere, el cortaúñas viene a cortar, justamente algo
que va a seguir creciendo, todo el tiempo, sin importar lo que hagamos.
Por otro lado, a esta primera cuestión –en la que el
cortaúñas comparte rol con la tijera peluquera y otros tantos utensilios-,
viene a sumarse un aspecto que dice relación con mutilar aquel elemento salvaje
que se manifiesta, justamente, a través de esas uñas.
Comienza entonces el proceso de mayor cuidado: cortar
las uñas, limarlas y hasta pintarlas, con el fin de eliminar aquellos filos que
se contradicen con nuestra civilidad y trato con los otros, donde nuestra uña
sin corte –comienzo de garra, incuso, si se quiere-, pasa a ser una importante amenaza.
Con todo, el cortaúñas sigue ahí sin revelar sus
verdaderos deseos.
Y es que también tiene filo, el cortaúñas. Y
también, me imagino, está sometido a una serie de situaciones que lo desgastan
y le hacen olvidar su verdadero potencial.
Según cuentan, Howard Hughes se tragó uno de estos “aparatos”
semanas antes de morir.
Todos, alguna vez, incluso desde la cuna, hemos
enterrado nuestras uñas en nosotros mismos.
Saque usted sus propias conclusiones.
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