Un amigo con quien no hablo hace cerca de nueve
años me llama por teléfono al trabajo para decirme que Tales de Mileto se cayó
a un pozo.
Lamentablemente, como tengo clases seguidas todo el
día, salvo recreos, termino hablando con él minutos antes de irme a casa,
mientras comienzan a cerrar el colegio.
-Hueón –me dijo-, te busqué por internet y al final
encontré este número del trabajo… te llamaba para decirte que Tales de Mileto
se cayó a un pozo.
Yo me quedé en silencio, analizando sus palabras.
Y es que por un lado, la frase parecía una especie
de contraseña.
Por otro, pensé que podría haber tenido un hijo que
lo hubiese llamado como el filósofo, o hasta un perro.
-¿Tales de Mileto? –le pregunté.
-Tales, po hueón –contestó.
-¿El filósofo? –volví a preguntar, para estar
seguro.
-Sí po… ese mismo. Ayer leía que cayó a un pozo…
-Ya… -le dije yo.
En tato, la secretaria del colegio esperaba a que
yo colgara, para poder irse.
Eso me tenía un tanto inquieto.
-El hueón se cayó de pavo –continuó mi amigo-. Iba
mirando las estrellas, pajareando…
-…
-Según dicen –siguió-, iba con una criada, cuando
se cayó, y ella se burló de él.
-Ya… -dije yo.
Entonces nos quedamos en silencio, igualito que
cuando se mira avanzar un reloj, sin hacer nada.
Yo mismo, por ejemplo, conté por los menos, unos ciento
diez segundos.
Tras esto, mi amigo comienza a hablarme del pozo,
casi como si fuera único en la historia, y todos los seres que cayeran a un
pozo hubiesen caído de la misma forma, y en el mismo sitio.
-¿Te imaginai cuánto hueón ha caído en el pozo…? –
me dice.
-Hartos –digo yo.
-¡Muchos más…! –agrega él, sin escuchar mis
respuestas.
Así, mientras hablamos, transcurre otro par de
minutos.
En tanto, la secretaria me hace un gesto de
pregunta, levantando los hombros y abriendo más los ojos.
Yo le señalo, también con gestos, que estoy a punto
de colgar y que estoy hablando de un pozo.
-¡Ordinario…! –me dice, malinterpretando mis
gestos.
Yo no intento aclarar.
Pasados cinco minutos, la conversación decae, con
mi amigo.
Antes, sin embargo, nombró a Diógenes Laercio,
Esopo, Aristóteles y hasta a Wingarden, que es, por lo demás, de los pocos que
leo hoy.
-Cómo sea –dice de pronto, cortando la conversación-,
el punto es que quería hablar contigo esta hueá… hablamos otro día, en todo
caso…
Y colgó.
La secretaria, sin mirarme, me recuerda entonces que
debe cerrar, y desconectar el teléfono.
Yo decido hacerle caso y me voy del lugar.
Tal vez pasen otros nueve años antes que vuelva a
hablar con mi amigo, voy pensando.
Apostaría que uno de los dos –me digo, a modo de
conclusión-, va a caer también en ese pozo.
Escribo, por cierto, para no ser yo.
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