Cerca de la Plaza de Armas de Santiago hay una
señora que te adivina el peso.
Me lo había contado un amigo y como estábamos por
ahí cerca pasamos a ver.
La mujer pone un piso fuera de una farmacia, en una
galería, y tiene un letrero chico, de madera.
Yo pensé que era caro, pero la señora cobraba
apenas $300, aunque uno quedaba tentado de comprobar y se subía a la
electrónica de la farmacia, que cobraba lo mismo.
A nosotros nos adivinó el peso exacto.
-Si te vas a pesar en la electrónica súmate un kilo
cuatrocientos, por la ropa… -me dijo.
De puro incrédulo me pesé en la electrónica y su
pronóstico fue exacto.
Lo mismo sucedió con mi amigo.
Quedé viendo su proceso un rato más.
Simplemente te ponías frente a ella.
Luego te miraba y lo decía.
Era así de simple.
-¿No adivina nada más? –le pregunté.
-¿Qué más se puede adivinar? –me preguntó de
vuelta.
-No sé… el nombre, algo del futuro…
-No tienes nada más –me interrumpió.
-¿Cómo?
-Nada más te pertenece- me dijo-. Nada más es tuyo.
Me quedé pensando en sus palabras mientras ella volvía a su trabajo.
-¿Te acuerdas de Ariel, de Kaurismaki? –dijo entonces
mi amigo.
Yo me acordaba.
Así, mientras hablábamos de cosas finlandesas, pasamos
a un bar y nos sumamos dos litros más a cada uno.
Más o menos así terminó el día.
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