Ella me lo cuenta como una cosa más.
Me dice que le pasó en unos cursos de escultura.
Estaba trabajando con arcilla cuando se dio cuenta.
Creo que intentaba hacer un animal pequeño.
O sea, la figura de un animal pequeño.
Y claro… entonces se dio cuenta que eso de la forma
era todo un invento.
Me refiero a que creyó comprender que la arcilla
era otra cosa.
Comprendió eso y que la forma que intentaba era
artificial, impropia y por supuesto falsa.
Me lo dice, por cierto, mientras caminamos por el
pasillo de un supermercado.
Luego estamos en la fila.
Mientras esperamos me dice que la cuestión de la
arcilla no quedó ahí.
Me explica
entonces que eso de la falta de forma se fue transmitiendo a otros ámbitos.
Y es que las casas, los diseños de las ropas y
hasta la vida misma, no tendrían, según ella, forma alguna.
Yo la escucho mientras avanzamos un lugar y entonces
le pregunto a qué se refiere con “la vida misma”.
La vida misma
es la vida, me dice. La vida a secas.
Ya. Digo
yo.
Y no tiene
forma, agrega ella.
Ya.
Vuelvo a decir.
Me refiero
–continúa-, a que muchos tratan siempre
de dar forma a la vida, pero la vida no tiene realmente forma alguna.
…
Nos quedamos un rato en silencio.
Oímos como las máquinas de las cajas registraban
los precios.
También sonó una alarma cuando unas personas
pasaron por un sensor.
Fue nuestro turno.
Yo quería pedir boletas separadas, pero se me
olvidó avisar.
Pagué yo y ella tal vez se olvidó de devolverme su
parte.
Me ofreció llevar en auto, pero le dije que no.
Parecía que estaba a punto de llover y yo quería
caminar, para ver si me mojaba.
Entonces comencé a mirar a la gente caminar
mientras pensaba que el 65% de cada una de esas personas estaba formado por
agua.
Esas personas
son en realidad algo chiquito, me dije.
El resto es
solo agua.
Piel, huesos
y carne flotando en un 65% de agua.
Seguí caminando.
Observando.
Me imaginé ropas en una tina.
No llovió, finalmente.
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