Te confías porque crees que la muerte hace el
resto.
Porque te dijeron que nos iguala.
Que hacia allá vamos todos.
Que el final es inevitable.
Frases hechas de las que puedes disponer para
inventar un norte.
Para decir que toda forma de vida es válida.
Que todo paso tiene un valor.
Para justificar que la no dirección te lleva
también hasta ese sitio.
Cuando trato de explicarme, sin embargo, te enojas.
Todo es válido menos quedarse quieto, me dices.
No suena mal, pero sabes muy bien que esa oración
carece de significado.
Es carne sin esqueleto.
Decido entonces no tomarlo en serio y te respondo
así:
También puedes recorrer el mundo estando quieto.
¿Vivir bien, vivir mal?
¿Eso dices…?
No voy a perder el tiempo hablando de eso.
Aunque bien podría aceptar el juego y proponer mis
propios dilemas:
Vivir para uno mismo, por ejemplo, o vivir para los
otros.
Sinceramente, sin embargo, no creo que hablando así
lleguemos a ningún sitio.
Y es que, en realidad, solo quería aclarar acá unas
cuantas cosas:
La muerte no hace el resto.
No nos iguala.
El tronco siempre sobrevive a las hojas.
Y lo que nos mantiene de pie, no es el esqueleto.
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