I.
Debería haberme comprado muebles, me dijo.
Un montón de muebles grandes y pesados y amarrarme
a ellos.
Quieto entre ellos debería estar.
En silencio y resignado a ser parte de eso que
llaman hogar.
Como uno más.
Como una cosa frágil entre otras cosas.
II.
Debería haber aspirado a cosas distintas, me dijo.
Pero uno no siempre elige sus sueños.
Ir a África, vivir en la montaña, pintar pájaros en
las paredes.
Miente quien dice que los ha elegido.
Llegan y te abandonan cuando quieren.
Los sueños, me refiero.
Entonces vuelves a ordenar la casa.
Miras el reloj.
Y la desesperación viene a sentarse donde se le
antoja.
III.
Tal vez me expliqué mal, me dijo.
No es el tiempo lo que me molesta.
Tampoco el hogar, la casa o como quieras nombrarlo.
Lo que me molesta es más bien la desesperación que
llega y se instala.
Justo cuando crees que todo está bien.
Justo cuando alcanzas el equilibro.
Entonces la vibración de los muebles te avisa que
algo va a pasar.
Y tú, como cosa frágil, te inquietas.
Porque todo es frágil para una cosa frágil.
Por eso necesitas muebles que no vibren, me dijo.
Eso necesitas y un corazón tranquilo.
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